La identidad corporativa no adquiere verdadero valor hasta entrado los años 80. Hasta esa fecha, existían marcas y se cuidaba su logos, pero sólo tenían un único objetivo: poder identificarse dentro de un mercado poco maduro.
De esa necesidad de identificarse y denominarse ante la competencia, va surgiendo otras necesidades más profundas, donde el brandging va adquiriendo una importancia aún mayor. Ya no sólo era una forma de cubrir la necesidad de ser reconocida ante su público o para su público, la madurez del mercado y del sistema de competencia genera a los servicios y productos otras necesidades.
De ahí que la identidad corporativa, que engloba el conjunto de elementos más allá del logo o marca, comenzaron a servir para posicionarse en el mercado como una manifestación de los valores de la empresa. No sólo aportaba información sobre qué es, lo que soy y lo que hago como empresa y producto, sino también cómo soy, qué valores son los importantes como marca y bajo qué principios actúo. Pero sobro todo, qué valores y principios puedo compartir con mis clientes o potenciales clientes.
La identidad corporativa también busca conectar con el público, empatizar con él, crear lazos comunes y relaciones más estables en el tiempo. La coincidencia en los valores compartidos entre empresa y cliente, sella una relación mutua de lealtad entre ambos. Así se establece una sólida relación, una pertenencia y vinculación emocional a la marca, mucho más estable que cualquier otra respuesta del cliente a los incentivos de precio u otras oportunidades. Hoy día son muchos los incondicionales a determinadas firmas automovilísticas, deportivas, de moda, etc… casi con un seguimiento de hincha futbolístico.
Esta utilización de la imagen corporativa en el mundo empresarial, algo más tarde, tiene su traslación al mundo de las organizaciones e instituciones públicas. El branding y la coherencia de imagen corporativa supone generar un mejor reconocimiento ante el ciudadano de la administración competente. Se busca una mayor vinculación emocional entre gobierno y gobernado y, en cierta media y como hicieron antes las marcas comerciales, una mayor complicidad y conexión. El ejemplo más paradigmático de esto fue la creación de la marca ‘Gobierno de España’, pero mucho antes y enfocado al sector turístico, ‘Marca España.
Se entiende que en lo público, ser reconocido es ser valorado, en la medida que la marca institucional – de un ayuntamiento o de un gobierno de cualquier ámbito – va ligada a cada acción de gobierno y en cada construcción de proyecto. Quien cuida los detalles de marca, también cuida los detalles de cada una de las decisiones, reflejo inconsciente entre el público generalista.
Pero es más, la coherencia por la identidad de marca en todos sus formatos, supone un plus de reconocimiento, de respeto ante su público. La identidad de marca – cuando se respeta en todos sus ámbitos y soportes – transmite seriedad, autoridad y confianza. Hay una identificación del sujeto en todas sus acciones.
En definitiva, la identidad de marca es la punta de lanza de una identificación que nos diferencia en un mundo global, pero también la transmisión de unos valores y principios, así como el posicionamiento de nuestra empresa o institución en el ámbito en el que deseamos interactuar, bien sea en un mercado, bien sea ante un grupo social. Cuidar la identidad de marca es la mejor manera de cuidar qué somos, qué defendemos, qué queremos ofrecer y cómo queremos ser vistos por el resto de agentes con quienes nos relacionamos. Y por el contrario, descuidarlo, es dejar en manos de otro la interpretación de todo ello. Un peligro.