Pocos términos suscitan tantos calificativos negativos como el concepto ‘lobby’. Muchos ciudadanos e importantes entidades internacionales vinculan la acción de los lobbies con la corrupción. Es cierto que hay lobbies en todos los estados democráticos, es cierto que hay corrupción, pero no es verdad que lobby y corrupción vayan de la mano. Es más, si genera corrupción no es lobby y su definición tendríamos que buscarla en el Código Penal.
Para nosotros, que trabajamos en comunicación, el concepto de lobby tiene que ver con la información, con el conocimiento de todas las realidades posibles, de las aristas de asuntos complejos. Es verdad que su traducción como ‘grupo de presión’, tampoco ayuda. Traslada la imagen de matón verbal acosando a representantes y cargos políticos. Nada más lejos de la realidad.
Qué es un lobby, el de verdad. No es un tipo oscuro, que presiona, amenaza, compra y vende voluntades. Es la acción de un grupo de personas interesadas en ofrecer toda la información posible sobre cuestiones que les afectan a su vida diaria, personal, empresarial, social, etc. Todos somos lobistas, porque todos tenemos derecho que defender nuestros intereses.
Los grupos ecologistas, los sindicatos, los empresarios, las asociaciones de vecinos, las entidades deportivas de tu pueblo, la asociación de comerciantes de tu ciudad, la asociación de madres y padres del colegio…¡Si todos somos lobbies!, ¿por qué maldito lobby?
Cualquier decisión política de cualquier gobierno, parlamento, ayuntamiento o partido político tiene mil efectos. La realidad es poliédrica, así que pensar que cualquier político – desde la buena fe – tiene la capacidad infusa de acertar y de conocer todos los efectos de su decisión es, cuanto menos, poco acertada. El efecto mariposa se multiplica en todas las decisiones en un mundo global y megaconectado como el actual. Algunos expertos, que creen que el vehículo eléctrico debe ser una apuesta de futuro, también creen que determinadas líneas de subvención generan más beneficio a las rentas altas que al conjunto de la clase media. ¿No es contradictorio incrementar los impuestos a los vehículos convencionales que adquieren las rentas medias y bajas, mientras se subvenciona los coches más caros y sostenibles a los que solo tienen acceso las economías más fuertes? No es una pregunta para debatir sobre el futuro de nuestro planeta, sino para reflexionar sobre las contracciones de una sociedad postmoderna que no puede cerrar a los ojos a la multirealidad de las cosas si de verdad quiere hacerle frente con responsabilidad.
Así pues, estamos convencidos de que, para la salud de la democracia, permitir de manera reglada, transparente, y desde un absoluto prisma de la ética es fundamental abrir espacios para los lobbies o grupos de información.
Entendemos que ofrecer las aristas de cualquier problema complejo a nuestros representantes es una manera de fortalecer su decisión final y la utilidad de la misma. Que quién decida, lo haga con todos los elementos posibles para emitir un juicio, no debe ser denostado socialmente, sino que debería ser un acto de responsabilidad.
Un lobista puro informa de las cuestiones de cualquier decisión política, de sus víctimas colaterales, de los efectos secundarios, de los impactos menos evidentes, incluso, de las alternativas posibles para lograr los mismos objetivos con menores impactos. Un lobista puro es aquel que alerta de problemas próximos, presentes o inminentes que pueden afectar al conjunto de la sociedad, a un grupo más o menos amplio y más o menos homogéneo. Un lobista puro es quien ofrece realidades contrapuestas ante el abismo de tomar una decisión. Hacer lobby también es hacer democracia.